Lo esperaba hacía tiempo, pero no
por esperado fue menos doloroso. Aquella mañana cuando despertó fue realmente
consciente de que Marta ya no estaba allí, ni estaba ni volvería a estar, lo había
dejado claro como el agua la noche anterior, Marta lo había dejado la noche anterior.
Aquella mañana tomó el café más
amargo de su vida. A Marcos le gustaba el café solo. Solo, corto, espeso y con
poca azúcar, pero ya no recordaba lo que era tomar un café solo, realmente
solo. El amargor del líquido negro y caliente sudado por los granos de café
recién molidos se le agarró a la garganta. El salado que sentía en las
comisuras de los labios le hizo saber de las lágrimas que estaba derramando.
Marcos sabía que ese no iba a ser
un día fácil: la noche anterior, mientras cenaba con Marta, como otras tantas
veces había hecho, fue disparado con palabras. Marcos nunca olvidará esa última
cena con Marta, última cena en la que también se bebió vino. Marcos recuerda ahora
la aspereza del vino tinto en su paladar, el sabor afrutado, esas notas a
cerezas, las cerezas le recuerdan a Marta… el día que la conoció, de eso hace
ya tanto, ella vestía una camiseta blanca sin mangas, con el logotipo de Pachá; era la moda, era verano, era en la playa... Eran jóvenes, estaban alegres,
dispuestos a comerse el mundo de un bocado, y ahora a Marcos ese mundo se le
había atragantado.
Su primera cita fue en una
heladería frente al mar. Y recuerda Marcos ahora aquel granizado de limón.
Marcos inspira fuertemente. Hasta él llegan las esencias a limón, los sabores
ácidos y fríos que acabaron convirtiéndose aquella tarde en sabores dulces y
tibios cuando se besaron por primera vez. Marcos recuerda el sabor a fresa
ácida de aquellos primeros besos, el sabor a bizcocho recién hecho de los besos
más maduros, recuerda los besos sazonados con pimienta. Y Marcos recuera ahora el sabor
del último beso dado a Marta: la noche anterior, ella en la puerta, un beso de
despedida, un beso con sabor a achicoria, a chocolate puro, a cianuro.
Marcos nota un desgarro en el
estómago, siente que algo se le rompe por dentro, no le da tiempo a salir
corriendo y allí mismo, en la cocina, vomita. El gusto a café vuelve a su boca,
el amargor de la bilis quema su garganta, es como si una mano retorciese su
estómago. Sigue vomitando. Ya no identifica lo que vuelca, ya no identifica más
sabor que el sabor agrio del vómito. Y continua vomitando, y reconoce el sabor de
la piel de Marta, identifica los sabores de Marta: el pelo con toques de limón, sus
mejillas dulzonas, el cuello que es como una cena casera, sus axilas saladas,
los pechos adictivos como el chocolate, ese ombligo que sabe a juanola, su
sexo acre, caliente, húmedo, con aroma a espliego, apetitoso, sus muslos
ácidos, sus piernas refrescantes como la cerveza, sus pies macerados en miel.
Tantas veces como la devoró,
tantas veces como ahora la está vomitando. Marcos se da cuenta: está vomitando
su alma, y con ella se está vomitando él mismo. Comienza por los pies, los
dedos se le arrugan, se le secan y desaparecen, luego es el propio pie el que
desaparece dentro del tobillo, es tragado por éste y vomitado por Marcos.
Marcos advierte trozos de él esparcidos por el suelo de la cocina, en el charco
de vómito. Marcos es ya sólo una cabeza vomitando, una cabeza que implosiona hasta
convertirse en nada, hasta convertirse en una última gota de vómito que cae al
suelo.
-¿Marcos? ¿estás? – Una voz femenina tras la
puerta- Soy yo Marta, voy a entrar –ruido de pestillos abriéndose y llaves
girando- Vengo a recoger un par de cosas que necesito, ya vendrá mi hermana por
el resto.
Marta entra en la casa, el olor
desagradable a vómito le golpea en la nariz y atraviesa su garganta y allí se
aferra.
-¿Marcos estás bien…?
Marta entra en la cocina y ve el
charco de vómito aún caliente. Piensa en Marcos, piensa en la cena de anoche,
piensa en el mal sabor de boca que se llevo al marcharse, era un sabor a
medicina rancia. Marta llama al móvil de Marcos, está preocupado por él, es
obvio que está enfermo, piensa. El móvil de Marcos suena en la encimera de la
cocina.
Marta escribe una nota que deja
en la nevera sujeta por un imán: llámame,
y con una fregona limpia el suelo de Marcos.
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