martes, 24 de abril de 2012

El corredor


Una imagen del exterior, ¡una imagen nítida del exterior! Es lo único que quiero, es lo único que pido: una imagen nítida del exterior sin la cuadrícula que me devuelve el enrejado de esta maldita prisión.

Estoy cansado de moverme entre sombras matemáticamente organizadas, de no poder seguir el vuelo de un pájaro sin la interrupción de los barrotes. ¿Aquello que se ve es un pañuelo rojo?

Lejos, muy lejos, se vislumbra como una sombra cogida por alfileres la silueta de Esther. ¿Es ella? ¿Es ese su pañuelo rojo? ¿Me recuerda y viene a verme…?

Ya no la veo, no soy capaz de verla. Sólo cuando cierro los ojos su visita se hace real. Los barrotes desaparecen y ella está aquí, puedo mirarme en sus ojos. Sueño con ella, la devoro con los ojos que la noche me presta.

Ya está atardeciendo, las sombras toman un color violáceo, la luz que se cuela es naranja. Mi celda ahora es naranja, como mi uniforme.

Tras los colores anaranjados llegarán los rojizos, los violetas, la oscuridad de la noche, otra muesca a descontar de los días que me quedan hasta volver a verte.

Esther, pronto podré reunirme de nuevo contigo, sólo tengo que salir de esta celda y recorrer ese pasillo. 

Esther, espérame, esta vez prometo no hacerte daño.

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