“Si no fuera por ti, ahora
estaría yo donde tú estás” repite Raúl mentalmente plantado erguido frente a
aquella tumba.
Los recuerdos del pasado estaban
plagados de lagunas para Raúl, nieblas en la memoria que él mismo se había
provocado y que ahora, como si de aquella lápida soplaran fuertes vientos, se
estaban disipando. Raúl al recordar compara, y ahora se siente vivo, sus cinco
sentidos están siempre ahora alerta, palpando la vida con la piel, lamiéndola,
devorándola con la mirada, aspirándola en grandes bocanadas de optimismo,
escuchando como le susurra poemas al oído…
La luz roja del atardecer
alargaba las sombras de las lápidas y tumbas de aquel parque, porque eso es lo
que aquel lugar le parecía a Raúl: un hermoso parque. Se imaginó allí mismo
extendiendo un bonito mantel de cuadros rojos y blancos, y sacando la merienda de
una cesta de mimbre. Algún día, ¿por qué no? Ahora ya nada le impedía el hacer
ese tipo de cosas.
Raúl transita por las letras
esculpidas en aquel oscuro mármol con las yemas de los dedos, lo está leyendo,
otra vez. Lo ha leído con los ojos, lo ha pronunciado en voz alta para poder
escucharlo, y ahora lo está memorizando con el tacto:
PILAR URRUTIA
MARTINEZ
1975 – 2010
Hacía ya dos años que Pilar
estaba viendo crecer las flores desde abajo. Pero Raúl sabía que Pilar seguía
junto a él, que allí, bajo la fría tierra, no existía vida, y Raúl sabía que
Pilar continuaba viva.
Es curioso pensar que el mismo
año que Pilar murió Raúl estuvo muy cerca de la muerte. ¿Hubiera sido posible
que se encontrasen junto a San Pedro?, ¿se hubieran reconocido entonces? Pero
eso no ocurrió así: ese año murió Pilar, y Raúl, tras sobrevivir otro invierno
más y cuando los días empiezan a alargar y la calle huele a azahar, conoció a
Pilar, y las estaciones y los años dejaron de ser una dura prueba de
supervivencia. Y aunque hasta hoy Raúl
desconocía el nombre de aquella mujer sí sabía mucho de ella, unas porque las
sentía, y otras porque las había investigado, aunque para ello hubiese tenido
que recurrir a los favores personales y al soborno disfrazado de donación
altruista.
Estaba anocheciendo, Raúl sabe
que debe marchar, que los muertos prefieren estar solos cuando el cielo se
cubre de sus reflejos en forma de estrella. Raúl está a punto de irse cuando se
da cuenta de una cosa: no se ha presentado, Pilar no sabe quién es él y él
lleva allí, frente a ella, varias horas.
-- Hola Pilar, soy Raúl. He venido de lejos sólo para
verte, a conocer tu ciudad, tus costumbres, tu gente. Quiero saberlo todo de ti
para comprenderme yo un poquito mejor. Hace un par de años, cuando tuviste el
accidente, yo estaba enfermo, muy enfermo. Pero llegaste tú. Me despertaste de madrugada
una noche de abril, rápido recogí la maleta ya preparada y fui a tu encuentro,
tú estabas llegando en helicóptero. Y desde entonces estás dentro de mi, mi
corazón es tuyo. Gracias a que tú sigues viva dentro de mi yo respiro, corro,
beso y hasta me he enamorado, y estoy seguro que eso último es cosa tuya –sonríe
complice- y por eso vengo a darte las gracias: gracias por permitirme usar tu
corazón para algo más que bombear sangre.
Con el rostro plácido, sabiéndose
con el deber cumplido, Raúl deja una rosa roja sobre la lápida y se aleja de Marta. Es consciente de que pronto regresará para volver a hablar con ella.
A lo lejos, tras las altas rejas
del cementerio, una mujer embarazada espera a Raúl.
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